En abril de 2020 nos dejaba Florian Schneider, miembro fundador de Kraftwerk. Etiquetados al principio dentro del género musical “krautrock” (denominación de los críticos anglosajones) o “Kosmische Musik” (música cósmica, término usado en Alemania), han terminado por derribar etiquetas y géneros, y su música ha sido adoptada por el rock y el pop además de por la electrónica. Desde el estudio que ellos mismos crearon, el Kling Klang (al que se referían como su “jardín electrónico”) inventaron un estilo cuyas composiciones resultan imprescindibles para comprender la música desde el siglo pasado hasta nuestros días. Recordamos a Kraftwerk a través del documental que se hizo sobre ellos en 2013 titulado «Kraftwerk: Pop Art» de Simon Witter y Hannes Rossacher.
Ralf Hütter y Florian Schneider se conocieron en 1968 durante un curso de música improvisada en el conservatorio de Düsseldorf. Aquel encuentro fue el embrión del nacimiento de Krafwertk. Los dos fundadores del proyecto en ciernes se interesaron por las formas musicales de los, también alemanes, Can y contactaron con uno de sus cerebros, Holger Czukay, que invitó al estudio, laboratorio musical casi, a Ralf y a Florian para que fueran espectadores de sus avances en composición musical. Para los críticos, Can eran uno de los grupos adalides del incipiente género artístico llamado krautrock, música con pretensiones de libertad que intentaba resetear el dramático pasado reciente de Alemania a todos los niveles.
«Kraftwerk: Pop Art» plantea un ligero repaso del origen y trayectoria del imprescindible y revolucionario grupo alemán, para centrarse sobre todo en su presente, que ha trascendido ya a lo musical convirtiendo su icónica imagen en materia performativa y en representación de escaparate museístico. El documento producido por la BBC incluye fragmentos de varias actuaciones de la formación en emblemáticos lugares como El Museo de Arte Moderno de Nueva York o la Tate Modern londinense, donde triunfaron en febrero de 2013 ofreciendo ocho espectáculos en noches consecutivas con diferente set list que llegó a colapsar, incluso, la web de la Tate cuando sacaron a la venta las 10 000 entradas disponibles para asistir al acontecimiento.
Aunque exista otro documental más interesante y atrevido sobre los músicos de Düsseldorf titulado «Kraftwerk And The Electronic Revolution», un pasadón de tres horas, «Kraftwerk: Pop Art» es una buena carta de presentación del grupo que traza un arco desde la década pasada cuando triunfaron en Londres hacia atrás, el momento de irrupción del proyecto musical en el contexto de una Alemania en ruinas marcada por la Segunda Guerra Mundial que obligó a sus artistas a la reinvención y a marcar un punto y aparte. Va al grano narrando y, de forma sintética y esquemática, deja patente la importancia de los alemanes en la música electrónica que traspasó fronteras y continentes en el momento en que Afrika Bambaataa sampleó en «Planet Rock» partes del «Trans Europa Express», hermandando en EEUU la electrónica europea con el funkie y el hip hop americano. Y las semillas robóticas no dejaron ya de dispersarse y de influir en géneros y músicos posteriores como el synth-pop, Gary Numan, Vince Clarke, OMD, el tecno de Detroit, el hip hop o el house.