En otoño de 2019, La Polla Records volvía a los escenarios tras dieciséis años de parón creativo. Los directos de la banda de Evaristo Páramos en ciudades como Bilbao, Barcelona o Madrid, fueron tal exitazo de venta de entradas que se vieron obligados a duplicar fecha de bolo en algunas salas.
El documental «No somos nada. La Polla Records» (2021), del director y guionista peruano Javier Corcuera, se suma a esa celebración de los cuarenta años del grupo que vino acompañada de una gira por España y Latinoamérica. Aunque el jefe de la Polla, Evaristo Páramos nació en Tui, provincia de Pontevedra, vivió desde crío en la bonita población alavesa de Agurain – Salvatierra, situado a 30 km de la ciudad de Vitoria. Esa procedencia rural sorprendió en sus inicios a algunos prejuiciosos seguidores del punk nacional, que se creyeron el cliché de la «autenticidad» del nuevo género musical siempre y cuando las bandas provinieran de un entorno urbano. Responde a ello el mismo Evaristo en el documental, utilizando el arma de la ironía, mientras señala la carretera en pésimo estado que le conduce desde su pueblo a Vitoria: «¿Cómo no íbamos a hacer punk con este asfaltado?».
«No somos nada» comienza con imágenes de cientos de seguidores de La Polla frente a las cámaras en las inmediaciones de los recintos donde se celebrarán los directos, para centrarse después en la figura de Evaristo en el contexto bucólico de su tierra. Y desde allí, desde Agurain, nos habla de los comienzos del grupo, de su infancia, de las monjas, de los árboles y del aburrimiento por el que pasaron cinco chavales en la década de los setenta que no tenían ni idea de componer música ni de tocar ningún instrumento, pero decidieron formar un grupo con influencia de lo que más les gustaba y de Sex Pistols por encima de todo («en el punk cualquiera podía cantar»). El batería de la banda, el fallecido en 2002 Fernando Murua, aprendió a tocar colocándose detrás de los baterías que actuaban en las verbenas del pueblo e imitándoles después. Su hermano, el bajista Abel Murua, se sorprendió al descubrir que los bajos tuvieran menos cuerdas que las guitarras y llega a expresar en el documental que «era una suerte estar en un grupo sin saber tocar, porque no te echaban por ello».
El director de los prestigiosos documentales de temática social «La espalda del mundo» (2002) o «Invierno en Bagdad» (2005) ha dado un acabado entretenido y muy profesional a su «No somos nada». Homenajea a uno de sus grupos favoritos y puede gustar, incluso, a los que no sean acérrimos seguidores de La Polla. En él, hay dos decisiones destacables que otorgan signo de distinción y ayudan a que esquive los derroteros de la narrativa convencional del documental nacional musical al uso.
Una es la de contar con los clips animados de breve duración, al más puro estilo de los del ilustrador Ralph Steadman, del realizador coruñés de vídeos musicales para Green Day o Soziedad Alkohólika, Manu Viqueira. Ayudan en el ritmo y otorgan empaque visual.
El otro, es la presencia, nada secundaria, de la madre de Evaristo. Una octogenaria de vitalidad sorprendente que reconoce no disfrutar demasiado de las embestidas en el pasado del grupo de su hijo contra la Iglesia, la monarquía y los políticos, aunque en parte «tengan razón en la crítica», y que le gustaría que Evaristín fuera más «arreglao». Son los momentos de comedia y ternura del largometraje de Javier Corcuera. «El documental lo va a ver todo el mundo menos tú», dice con sorna y sinceridad Evaristo a su progenitora.
Si, como reconoció Evaristo en una entrevista, a La Polla le quedan ya pocos conciertos por lo que todo apunta a su fin inminente, «No somos nada» de Javier Corcuera supondrá el mejor testamento audiovisual que se mereció en vida el mítico grupo vasco y su líder, y un interesante registro grabado durante la efusión anímica que produjo su vuelta a los escenarios en 2019 para sus fans y para los músicos y equipo que lo hicieron posible.
José Martín S