Con motivo de la aparición de su primer disco en solitario, charlamos con el madrileño Álvaro Escribano, guitarrista, cantante y productor, que lleva casi 20 años involucrado por completo en el mundo de la música. “Para mí, el rock es la mayor revolución cultural de los últimos 100 años”, sentencia mientras comenta una de las canciones de ‘En el camino está la perla’, un disco que, a mi juicio, no tiene una sola perla sino ocho. El apellido Escribano es una referencia para todos los madrileños que amamos el rock’n’roll. En 1977, Pepe Escribano abría ‘Escridiscos’, una fabulosa tienda de discos que aún pervive. Generaciones de melómanos hemos pasado cientos de mañanas y tardes manoseando vinilos en este pequeño local. Ahora, Álvaro Escribano (Madrid, 1986), hijo de Pepe, regenta el estudio de grabación ‘La Chulona’, cerca de la capital, donde en este momento se están grabando algunos de los mejores discos de rock y pop del panorama estatal. Álvaro mamó la buena música desde niño y a los 15 años formó su primera banda. Después de ser miembro de media docena de grupos y de producir y grabar a decenas de bandas, ha creído que es el momento propicio de lanzar el primer álbum con su nombre en la portada.

«En el camino está la perla» reúne ocho extraordinarias canciones propias, que hablan de las alegrías y sinsabores que tiene dedicar la vida a la música y lo hace desde una óptica serena y optimista. Una grabación y una producción de lujo que reflejan la larga experiencia y sabiduría de Escribano y quienes le acompañan en esta aventura. Hace no muchos años, para grabar un disco que sonara así, había que marcharse fuera de España.

-¿Cómo fue tu infancia y adolescencia junto a unos padres que poseían una de las mejores tiendas de discos de Madrid?

Mis primeros recuerdos musicales están completamente unidos a mis padres, que eran los que me decían: “Toma, Álvaro, escucha esto a ver qué te parece…” Lo primero que me pusieron era un ‘grandes éxitos’ de Chuck Berry, otro disco de los Blasters y otro con lo mejor de Robert Gordon (que en paz descanse) y me flipó. Ellos dicen que todo surgió a raíz de la escena de Marty McFly (Michael J. Fox) tocando la guitarra eléctrica en ‘Regreso al Futuro’. Según ellos, me quedé alucinado con esa escena y pensaron: “Ah, ¿conque te gusta esto? Pues ¡Prepárate!”. Luego tuve una época en la que me sumergí en el soul, a través de unos recopilatorios que reunían lo mejor de los sellos Atlantic y Stax. En especial, recuerdo los volúmenes 6 y 7, que cubrían la segunda mitad de la década de los 60. Ahí estaban todos los grandes: Aretha Franklin, Wilson Pickett, Otis Redding, Booker T. and the MG’s, Joe Tex… Y yo pensaba: “¡¡Esto es increíble!!” Sin embargo, mi padre luego empezó a ponerme cosas de rock progresivo y le dije que no siguiera por ahí, que a mí lo que me gustaba era el rock’n’roll. Más tarde, en torno a la preadolescencia descubrí el punk y power pop: Ramones, Queers… y el primer álbum de Fountains of Wayne. Así se conformaron los motores musicales de mi vida: el rock’n’roll y el punk, y en menor medida el soul y el power pop. La ventaja de crecer en casa de mis padres es que me descubrieron mucha música y que, cuando algo me empezaba a gustar, tenía todos los discos a mi alcance. Luego ya entré en la adolescencia y empecé a definir mis propios gustos y ya me dijeron: “¡Hala, niño, ahora ya los discos te los compras tú!” (risas).

-¿Por qué elegiste dedicarte a hacer música y, en concreto, ser guitarrista?

Supongo que me llamó la atención desde que vi la escena de ‘Regreso al Futuro’. Tuve una primera guitarra con 9 ó 10 años, pero la abandoné porque no lograba aprender, pero a los 13 ó 14 la volví a coger y ya empecé a aprenderme canciones. Por cierto, ¡las tres primeras canciones que aprendí fueron de DDT, concretamente ‘Refugio Nuclear’, ‘Dudas’ y ‘Pasaje del Terror’! Luego ya me junté con amigos con las mismas inquietudes y empecé a formar grupos. Al principio siempre estábamos tres: Colme (al bajo), Joan (a la batería) y yo (a la guitarra), y había gente que entraba y salía, y hacíamos versiones de todo lo que te puedas imaginar.

-Háblanos de tus grupos anteriores a tu proyecto en solitario.


El primero fue Kick Out, con Yose a la otra guitarra. En aquella época estábamos muy enganchados a Rancid, y tratábamos de trazar un puente entre el punk americano y la escena británica del 77. Kick Out duró desde 2003 hasta 2010. Yo tenía 15 años cuando empezamos. Riot City Sinners fueron contemporáneos a la última época de Kick Out. Lo formé con Dani, Matías y Payom. Este último está también en el proyecto de Escribano. Después: Hardtops, Odeon (con Colme y Joan), Swampig y Crazy Stacey and the Customs. He sido miembro de estos grupos, pero luego hay decenas de colaboraciones

-Es tu pasión por la música lo que te lleva a estudiar ingeniería de sonido y empezar a hacer producciones. Una elección que desemboca en la aventura de montar tu propio estudio de grabación en Barajas (Madrid). De ‘La Chulona’, tu estudio, están saliendo algunos de los mejores discos de rock’n’roll que se pueden escuchar ahora en España. Háblanos de esta faceta tuya.

Empecé a estudiar sonido en 2007 y salí en 2009. Desde la adolescencia empecé a fijarme en cosas que estaban más allá de la canción en su conjunto: arreglos, sonidos y detalles en los distintos instrumentos. Me gustaba la producción. A mitad de la década pasada, empecé a planteármelo en serio y, después de grabar algunas maquetas, me metí a hacer la producción de los Boo Devils. Fue ahí cuando conocí a Diego. En mayo de 2016 salió la oportunidad de ocupar el estudio, que antes había sido Java Estudio y Retroestudio. A partir de ahí empieza una actividad musical frenética.

-¿Qué es lo que ha motivado que lances este nuevo proyecto bautizado con tu nombre?


Han sido varias circunstancias que han confluido. La primera fue que Miguel Marcos, de Le Voyeur, me insistía en que tenía que lanzar un proyecto en solitario. Yo me resistía porque a mí siempre me ha gustado formar parte de grupos. Había otra gente que me decía que tenía que centrar porque estaba en miles de cosas. Sigo sin centrarme y a mucha honra, pero debió de ser justo después del confinamiento, cuando pensé que empezar algo en solitario no era incompatible con tener una filosofía de banda. Me cambió el chip y las canciones ‘Una de cal y otra de arena’ y ‘Estallar’ me salieron en cuestión de un par de días y me di cuenta de que en 2023 se cumplirán 20 años del momento en que empecé a tocar con otros amigos, así que todo parecía tener sentido. Compuse canciones nuevas, rescaté otras antiguas y quise escribir todas las letras desde cero. Me apetecía hablar de lo que ha sido tocar todos estos años sin haberme comido una rosca, reflejando los momentos más dulces y los más amargos, pero desde una óptica positiva.


-Dices que no has querido abandonar la filosofía de banda, ¿nos puedes hablar de los otros miembros que forman tu grupo?

Conrado Martín a la batería. Es de León, muy joven, tiene 23 años. Empezó a tocar con nueve años. Le llamaba la atención la escena ‘mod’ y acabó tocando en la última formación de Cooper, así que… ¡misión cumplida! (risas) Le encanta el power pop de los 90, el soul… Le gustó el proyecto y se sumó.
Además de tocar la batería que te mueres, ha aportado muy buenas ideas en cuanto a composición y arreglos. Él ha grabado en todos los cortes, pero, en cuanto a instrumentos, ha utilizado tres baterías distintas, cinco cajas e incontables platos diferentes. Es muy versátil, pero consigue dar una coherencia a todos los temas. ‘Shakin’ David’ (David López). Es increíble tocando la guitarra, canta muy bien y, de nosotros cuatro, es el que mayor cultura musical tiene. ¡Es una enciclopedia! Y le gusta todo con pasión. Un día le dije: “Vamos a sacar algo que no te guste” y lo tuvimos muy difícil. Al bajo, Payom Hafezieh, con el que he coincidido en Riot City Sinners y en Swampig. Tenemos muy buena conexión. Llevamos toda una vida conociéndonos. Él entiende lo que yo quiero con una canción, yo también entiendo lo que él quiere con las suyas, porque él también compone un montón. Me encanta cómo toca el bajo. Me pasa con Colme y con él, que no hace falta que les diga nada porque nos entendemos sin necesidad de darnos explicaciones. Aquí no se utilizó más que un bajo y un ampli. Payom se compró un Fender Precision hace la torta de años y no quiere tocar con otro.

-Payom tiene una biografía que merece la pena reseñar…


¡Ya lo creo! Él es de Texas, su madre es mexicana y su padre es un iraní, que debió de abandonar el país antes de la revolución encabezada por el Ayatollah Jomeini en 1979. Los padres vivieron un tiempo en Texas, luego en California y finalmente vinieron a Madrid donde abrieron el primer McDonalds de España,
en la Gran Vía.

-Esto en cuanto a la banda, ahora háblame de las colaboraciones con las que has contado para la grabación.

Patxi Urchegui ha tocado la trompeta y el fliscorno, y ha compuesto los arreglos de viento. Tiene una carrera muy dilatada y ha tocado con casi todo el mundo. La sección de viento la completó David Pardo con el saxo. Es muy amigo mío, toca en Crazy Stacey. Le supo dar a la trompeta de Urchegui las capas de cemento que aporta el saxo. Y, por último, Sergio Valdehita, que ha tocado cualquier cosa que tenga teclas (Hammond, Wurlitzer, piano Fender Rhodes…). Lo descubrí tocando en directo con Sparkle Gross y me pareció increíble. Toca con Sidecars, Iván Ferreiro, un montón de peña… Un día le dije: “para ‘Estallar’ me gustaría un solo de Hammond que sea extravagante”, y me respondió: “No te preocupes” (risas). Tiene mogollón de equipo: todos sus instrumentos son originales.

-Ahora te propongo un reto: Dime dos o tres frases de cada una de las canciones del disco… ¡Adelante!


‘Una de cal y otra de arena’: Musicalmente quería que fuera una mezcla entre Dr. Feelgood y Fountains Of Wayne si es que eso tiene sentido. Y la letra quería que fuera la más inmediata para decir algo así como “Así están las cosas hoy en el mundo de la música… Me puedo llevar un palo o un caramelo, pero me encanta esta movida”.

‘Qué queda por hacer’: Está enfocada como el relato del auge y la decadencia de una estrella de la música, pero en realidad habla del rock’n’roll en su conjunto: nace, estalla, muere, resurge… y quizá nunca muera del todo, como dice Neil Young. Para mí el rock es la mayor revolución cultural de los últimos 100 años.

‘Tierra quemada’: Es una balada de ruptura. Aquí quería hablar de cuando se rompen los grupos sin señalar a nadie. Es culpa de todo el mundo y culpa de nadie, pero esto se ha acabado. Musicalmente, quería mezclar soul con rock y con muchos sonidos y disonancias.

‘Estallar’: Habla de hacer las cosas por el placer de hacerlas sin pensar demasiado en las consecuencias. Es la más visceral. Buscábamos la potencia del rock australiano en la onda Radio Birdman.


‘La otra mitad’: Buscaba un sonido de balada ‘stoniana’ con toques de soul. En cuanto a la letra, sería la canción que cantarías después de tierra quemada. Ese momento en que un grupo o un proyecto se acaba y te planteas dejar de tocar música, pero te dices a ti mismo: “¡No puedo dejarlo!”.

‘Pies de arena’: Tanto esta como “Qué queda por hacer” están compuestas a medias con Fernando Moreira, guitarrista de los Hardtops y gran amigo. La idea de esta canción ya estaba desde hace tiempo y me di cuenta que encajaba muy bien con el concepto del disco. Va sobre la sequía creativa, esos
momentos en que te falta inspiración, en los que parece que se te han acabado todas las ideas y te invade una sensación de agobio. Pero ya en el final del estribillo se ve la luz al final del túnel: “Casi sin darte cuenta, despiertas; todavía queda mucho por decir”.

‘Carretera y soberbia’: Queríamos que fuera un rock macarra rozando el punk, al estilo Dictators. Yo tenía un solo de guitarra y David tenía otro y pensé: “¿Y si solapamos los dos punteos?”. Esta es una canción que iría antes de “Tierra Quemada”, porque habla del momento en que las cosas dejan de funcionar bien en un grupo. Pero no es nada personal, es más bien como verlo desde fuera, como un notario. Lo he podido ver en muchos grupos en los que los miembros quieren dedicarse a la música, están a punto de conseguir su objetivo y, de repente, surgen roces y todo se va al traste por diversas circunstancias.

‘Nuestra suerte’: Esta surgió cuando Blanca y yo nos enteramos de que íbamos a tener un crío y yo pensaba: “Y ahora ¿cómo va a ser todo?” Y me dije “¡Pues no sé cómo va a ser, pero me apetece comprobarlo por el camino!” Y musicalmente quería algo muy power pop, luminoso, optimista, del tipo
Teenage Fanclub o Matthew Sweet, y así terminar el disco con una nota positiva.

Ignacio Santa María “Chiri DDT” es periodista y dibujante. Fue batería y coautor del grupo madrileño DDT entre 1995 y 2011.