Del 22 al 25 de julio de 1999 se llevó a cabo en Nueva York la continuación, treinta años después y tras la edición homenaje a su cuarto de siglo en 1994, del emblemático festival de Woodstock celebrado en 1969 en el condado de Sullivan, también en el estado de Nueva York y a unos 150 km del emplazamiento original. Lo que pretendía ser una conmemoración de «aquel verano de la música y del amor» se convirtió en todo lo contrario: en el festival «del berrido, el vandalismo y las violaciones a mujeres». El cartel que incluía entre otros a Rage Against the Machine, James Brown, Korn, Limpbizkit, Red Hot Chilli Peppers o Metallica, congregó en sus cuatro días de directos a unas 400 000 personas, la mayoría jóvenes a caballo entre la generación X y los millennials. Todo apuntaba a que se trataría de un «inolvidable evento musical del año» antes de iniciar el nuevo milenio. Y fue inolvidable, sí, y sigue siendo recordado pero por motivos que nada tienen que ver con la música, la cultura y el ocio juvenil sano en convivencia, como vuelven a contarnos en el documental en tres partes «Fiasco total: Woodstock 99» (2022) de Jamie Crawford, disponible en la plataforma de pago Netflix.
La clave para entender la génesis de este despropósito reside en la aberrante organización que llevaron a cabo sus organizadores «jefes» entre los que se encontraba Michael Lang, «cerebro» de las dos ediciones anteriores, que se alió con una cohorte de promotores y empresarios peseteros a los que les importaba poco la música y nada la memoria del primer Woodstock. Por cierto, todo un personaje Lang, de aspecto inocente y afable pero más listo que el hambre en decisiones como las de delegar responsabilidades y no asumirlas cuando las cosas se tuercen como tristemente sucedió durante el Woodstock parte tres. Las temperaturas superaron ese fin de semana los 37 grados centígrados y las botellas de agua dentro del recinto del festival rondaban los ¡cuatro! dólares. Uno de los ejemplos de robo a los asistentes, dentro de un modelo de festival en el que abundó la subcontratación de servicios en la que los dueños de las marcas y franquicias gastronómicas fijaron los precios en la manera económica conocida en el liberalismo como de tipo «Kinder», es decir, en poner el precio de comida y bebida que te sale de los huevos . Un «todo por la pasta» similar al que sucede a día de hoy en algunos festivales nacionales con afán recaudatorio masivo desde el mismo momento en que el asistente entra al recinto y es obligado a quitar el tapón de la botella de agua que lleva consigo. ¿Sin tapones de botella durante el festival pero con piedras al lado de los escenarios …? Ok
Mientras sucedían los primeros casos de deshidratación, la montaña de heces alrededor de los asesos portátiles cobraba vida propia y amenazaba con engullir a la chavalería con el defecto de tener necesidades fisiológicas líquidas y sólidas. Comenzaba el cabreo de los, aproximadamente, 400.000 seres humanos no tratados como tales que estaban allí. Se desconoce la cifra real de asistentes dado que muchos de ellos se colaron accediendo al festival con entradas falsas. El personal contratado para la seguridad y logística del sarao fue insuficiente, cobró poco y, en algunos casos, se fue a casa durante el evento asustados por el devenir de los acontecimientos y por las quejas y violencia en aumento del respetable, sin ser ellos ni ellas responsables del desinterés de Lang y de su equipo «de producción» creadores de este fracaso. Durante el concierto de Limp Bizkit el sábado por la tarde, parte del público embistió contra los paneles de madera que decoraban los muros situados en los laterales del escenario principal, arrancaron partes de ellos y los utilizaron de improvisadas «tablas de surf» sobre las cabezas de la peña. Cuando llegó el tema «Break Stuff», el líder de Limp Bizkit , Fred Durst, propuso terminar de destruirlo todo, «Esto no es el concierto de Alanis Morissette, no quiero que os calméis pero procurad no hacer daño a nadie», dijo. Algunos testigos contaron que durante este directo se produjo una de las varias violaciones grupales a mujeres del festival.
Después tocaron Red Hot Chilli Peppers, y paralelamente un grupo de activistas repartió velas entre el público durante el tema «Under the Bridge», otra de las geniales ideas de Michael Lang. Lo que pretendía representar una vigilia contra la violencia acabó en caos y en el incendio de la parte de las instalaciones que seguían en pie. Los Peppers huyeron del festival en limusina mientras se sucedían los motines y el intento de robo del dinero en metálico que habían recaudado los puestos de comida y bebida en esa jornada.
El documental «Fiasco total: Woodstock 99», no descubre nada que no se sepa ya sobre la decepción que supuso resucitar el festival del 69 con su famosos «Paz, amor y música» invisibles en su edición de 1999. Ofrece, eso sí, imágenes inéditas y poco conocidas de aquel horror que frenó la idea de organizar otro evento en 2019 cuando se cumplió medio siglo del Woodstock primigenio. Un horror que Jane Ganahl, periodista del San Francisco Examiner, describió como «el día en que la música murió», y sobre los incidentes Tom Morello, guitarrista de Rage Against The Machine, dijo que «parece que esta es la nueva generación Woodstock: un montón de idiotas».
José Martín S