De forma cronológica, las directoras Catherine Gund y Daresha Kyi lograron aproximarse en 2017 a la personalidad solitaria y compleja de la mujer que cantó al final del amor de forma desgarrada y auténtica quitando la ornamentación y lo innecesario característico, hasta su irrupción, del campo semántico estético asociado a la representación de la ranchera. Un trabajo documental sobre la incombustible artista mexicana, de origen costarricense, fallecida en 2012 Chavela Vargas. Un tanto convencional en su realización, pero interesante y didáctico en lo narrativo.
Nacida en abril de 1919 en Costa Rica, desde temprana edad dio muestras de ensoñación y sensibilidad hacia la música. «No jugaba con muñecas, buscaba en la noche la serenata, la luna y su más allá«, se llega a decir sobre la pequeña Isabel. Pronto se produjeron los primeros conflictos entre ella y su prejuiciosa y religiosa familia que llegó a esconderla cuando acudían visitas a casa mientras paralelamente la iglesia le impedía entrar en los oficios religiosos. La única alternativa ante este triste y adverso panorama fue la huida. Con 17 años aterrizó en México donde conoció al cantautor y compositor José Alfredo Jiménez.
Una relación artística, con importante protagonismo del tequila, que convirtió a Chavela en la mejor y más distinguida intérprete de las canciones de José Alfredo. El intento de eclipsar su talento ante la incomodidad que suponía la libertad sexual y rebeldía irredenta del personaje para la sociedad patriarcal mexicana provocó, incluso, que su nombre quedara semioculto en los carteles que anunciaban sus actuaciones como una mera telonera de otros, de relleno y nunca como voz principal de los espectáculos.
En el apartado sentimental, la seductora y sexual Chavela enamoraba con facilidad a las mujeres de ciertos políticos de renombre, mantuvo una relación con Frida Kahlo de la que llega a expresar que «sus cejas juntas eran como una golondrina» y cuenta la leyenda que tras amenizar la boda que unió a Elizabeth Taylor con Michael Todd, amaneció abrazada a Ava Gardner. Tras estos años de esplendor y de éxito las cosas se torcieron para esta rebelde inconformista. Vargas pasó una etapa de su vida sumida en el espanto de la soledad y del alcoholismo que le provocaron problemas de salud y económicos. Una situación rayana con la indigencia.
Tras, de nuevo otra posible leyenda, quedar limpia y liberada del alcoholismo gracias a la intervención de unos chamanes, Chavela Vargas emergió de sus cenizas en la década de los noventa. Pedro Almodóvar apadrinó su renacer, y gracias a él y a su mediación, pudo actuar con éxito en plazas míticas y deseadas por Vargas como el Teatro Olympia de París o el Palacio de Bellas Artes de México. Además, películas de Almodóvar como «La flor de mi secreto», «Carne trémula» o «Kika» incluyeron fragmentos de la voz de Chavela en algunas de sus escenas por lo que sus últimos años de vida -y murió con 93-, estarán asociados a España para siempre.
El documental «Chavela» se presentó con éxito en los festivales de cine de Berlín y de Málaga en 2017 y supone un buen reflejo de los claroscuros de la irrepetible Chavela Vargas. Una mujer que decía «intentar vivir siempre en el presente, nunca en el ayer ni en el mañana» pero que tras su muerte ya habita los tres tiempos.