Ni violines ni alardes heavies: melodías inspiradas. Que nadie se llame engaño por el título y la tormentosa portada. ‘Van Weezer’ no es un disco de heavy metal. A excepción de ciertos desahogos y guiños al género, el último álbum de Weezer es cien por cien Weezer. Es más, me atrevería a incluirlo entre los cuatro mejores LP de la historia del grupo.
Todo el mundo tiene su pasado, y la infancia y pubertad de Rivers Cuomo (líder absoluto del grupo) no debió de ser fácil: el niño rarito del instituto, blanco de burlas y bromas de sus compañeros. Un acoso del que el joven Cuomo se evadía escuchando discos de heavy metal.
Que el compositor, vocalista y guitarrista de Weezer vierta en sus discos sus traumas de juventud y su pasión por el ‘metal’ no es nada nuevo. Lo ha hecho en varios de sus anteriores discos. Los traumas, especialmente, en «Pinkerton» (el segundo) y en otros; y su inclinación hacia el rock duro en discos como el muy irregular ‘Death to False Metal’.
La primera parte de ‘Van Weezer’ (claro homenaje a Van Halen) vuelve a ser un compendio de letras traspasadas por la nostalgia, por la añoranza de amores perdidos o por la amargura del complejo de inferioridad. Hay algunas otras referencias al rock duro como la alusión a Aerosmith o las introducciones y ciertos pasajes de ‘The End of The Game’ (que parece el comienzo de un hit de Europe), ‘Blue Dream’ o ‘1 More Hit’, pero tras pocos segundos de guitarras y dobles bombos desbocados, se convierten en temas típicos de Weezer. En la recta final del disco encontramos letras mucho más sencillas, en las que desaparece la amargura, y el desamor se torna en amor incondicional.
Si mis cálculos no fallan, en menos de siete meses, Cuomo ha pasado de encerrarse en los estudios Abbey con una orquesta sinfónica para registrar ‘OK Human’ a meterse en un estudio para grabar otras 10 canciones con adornos metaleros por aquí y por allá. A mi juicio, no hacían falta ninguna de las dos cosas: ni violines ni punteos heavys.
Lo importante es que Rivers Cuomo se encuentra en estado de gracia en cuanto a composición, y eso se nota porque en ambos discos (sobre todo en el último) vuelven las inefables melodías y chispeantes estribillos por doquier. Y son esas brillantes melodías, y no los arreglos en uno u otro sentido, los que ha hecho de Weezer uno de los mejores grupos de los últimos 30 años.
Por cierto, bonito detalle dedicar el disco a Eddie Van Halen y Ric Ocasek, fallecidos en 2020 y 2019, respectivamente. Para quien no se sitúe, Ric Ocasek fue líder de la banda de new wave The Cars y, para mi gusto, el productor que mejor supo entender a Weezer. Ocasek los introdujo en el negocio musical, cuando eran solo unos críos que se divertían encendiendo petardos dentro de botellas de plástico, mientras registraban su primer álbum, y les condujo, a través de discos inolvidables -como ‘Green’– hasta la madurez de un disco espectacular como ‘Everything Will Be Allright In The End’.
Chiri DDT