Tras «Violética» y el recopilatorio «Oro, salitre y carbón», Nacho Vegas volvió en 2022 con «Mundos inmóviles derrumbándose» (Oso Polita). Nueve canciones en menos de cuarenta minutos que confirman (por enésima vez ya) el talentazo que tiene Vegas como letrista, y la capacidad para crear melodías originales con aparente y admirable facilidad. En la portada, ilustrada de nuevo por Miguel Brieva, vemos una bola de cristal que cobija un entorno nevado. Y dentro de esa geografía, otras esferas concéntricas que remiten a la Tierra y a la Luna se solapan entre sí «derrumbadas» sobre una superficie nívea.
Vegas debutó en solitario a principios de siglo con «Actos inexplicables» (2001) tras pasar por bandas asturianas como Eliminator Jr. o Manta Ray, próximas al Xixón Sound que surgió a principios de la década de los noventa en Gijón. El veinteañero que era Vegas por aquel entonces, firmó un primer disco crudo y audaz que iba a contracorriente con los sonidos nacionales que se facturaban por aquel entonces (aquí triunfaban en 2001 y en clave comercial, ejem, Estopa, La oreja de Van Gogh, Los caños o Melody y, fuera de esos márgenes y dentro de lo «alternativo», La Buena Vida, Los Piratas o Chucho).

En «Actos inexplicables» Vegas se atrevía a tutear a Bob Dylan, Nick Drake, Leonard Cohen o Townes Van Zandt (de este último adaptaba allí su «Fare thee well, Miss Carousel»). En sus posteriores trabajos alternó esas temáticas de introspección angustiosa de fuerte contenido literario presente en temas como «Ocho y medio» o «En la sed mortal», con otros de protesta política a partir del 15M de 2011. Ese año de hecho, y junto a Roberto Herreros, impulsó una plataforma musical colectiva que supuso una banda sonora a las quejas callejeras de los «indignados» contra el liberalismo y las herencias políticas de las derechas de Aznar y Rajoy. En dicha plataforma que se llamó Fundación Robo participaron decenas de grupos y músicos independientes. Esa capa de desazón ante la inoperancia política sigue impoluta a día de hoy en algunos temas de sus canciones. En el mismo «Mundos inmóviles derrumbándose» se puede escuchar «Big crunch», canción en la que Vegas canta «el capitalismo ha entrado en fase de implosión».

La soledad, no elegida y derivada de la pandemia, se filtró en estas canciones durante su composición en Ortiguera, bonita localidad pesquera asturiana. «Qué fácil es para una rosa morir / No se oye ningún lamento / Qué duro fue para ti sobrevivir / Después de otro aplastamiento». «Belart» es su primer corte y ya sobrecoge.

En «La flor de la manzana», realizado en colaboración con los puertorriqueños Mancha ‘e Plátano, utiliza modelos rítmicos que van de la Bomba portorriqueña al Dembow dominicano, pero con una instrumentación y aroma clásico al estar interpretado de forma orgánica por las cuerdas de Cristian Pallejà (guitarra) y por los vientos que desempeñan Alba Careta (trompeta), Haitzea Martiartu (saxo) y María Cofán (trombón).

«Ramón In» es una de las canciones más bonitas y ásperas de su último trabajo. Como en «El ángel Simón», se habla de la muerte de un amigo y estremece en ese momento final de mea culpa y de réquiem antes de la irrupción de los coros: «Hicimos muchas cosas a la vez pero ninguna juntos. Tantas cosas a la vez pero ni una sola puta cosa juntos». Vegas, utilizando la muerte, como excusa para hablar de la vida.

En «Mundos inmóviles derrumbándose» se congregan todos los Nacho Vegas que hemos conocido hasta hoy: el de las historias lúgubres en duermevela, el del lector insaciable que rinde homenaje a Raymond Carver titulando el tema «El don de la ternura» como uno de sus poemas, el que canta en bable “Un principiu de crueldá” reivindicando raíz y lengua materna, o el que puede ser permeable a los dramas sociales de su país como se mencionó antes. Pero además de estos tics habituales en su música, abre una interesante puerta estilística al sumar, sin perder personalidad, ritmos tropicales a los latinos, con los ya reconocibles anglosajones como sucede en «La flor de la manzana». Otro disco sobresaliente del compositor asturiano a la altura de cumbres como «Cajas de música difíciles de parar» (2003), «Desaparezca aquí» (2005) o el más reciente «Violética» (2018).

José Martín S