«It’s a Sin», la nueva miniserie de HBO está tocando la fibra sensible de muchos de sus espectadores. Un grupo de amigos, desplazados de diferentes ciudades, se conocen en Londres donde comparten piso. De sus vivencias seremos cómplices y voyeurs: del sexo entre convivientes e invitados, de los trabajos indeseados recaudatorios y de los vocacionales, de las relaciones entre ellos y sus poco comprensivas y conservadoras familias. Russell T Davies, cerebro detrás de «Queer as folk» o de «Years & years» añade cierta frivolidad a su «It’s a Sin», y siendo una serie recomendable y correcta, parece poco creíble en lo que respecta a los arcos temporales narrativos (transcurren diez años desde el primer capítulo al último que parecen más bien diez horas, poco o nada han cambiado los personajes «desde fuera» y la estética y el entorno de 1981 es idéntico al de 1991), además algunos protagonistas resultan un tanto inverosímiles por exceso de condescendencia, como el de Jill que interpreta la risueña Lydia West, al parecer inspirada en una amiga de Russell T. Davies activista de los derechos LGTBQ , que en su versión ficción sucumbe al tópico y parece dejar de lado su propia vida y entregarse con abnegación al declive de sus compañeros de vivienda. El personaje femenino como madre política protectora, claro.
Hay que sumar a su propuesta melodramática con toques de comedia, el componente de actualidad que en ella ha generado la situación derivada de la pandemia, ahí se ve una evidente analogía entre SIDA y Covid. Un virus, el primero, de transmisión más difícil, pero que también apuntaba al final de la fiesta y dejaría tras de sí un reguero de cadáveres e infectados. Un «cáncer que venía de Estados Unidos y solo afectaba a homosexuales» que demostró en poco tiempo que esa temprana descripción era errónea y parcial.
Pero centrémonos en su banda sonora, como era de esperar en una serie de esa temática ambientada desde 1981 en adelante, en los cinco capítulos que conforman «It´s a sin» escuchamos indudables hits ochenteros de forma diegética e incidental: «Enola gay» de OMD, «Tainted love» de Soft Cell, «Don’t leave me this way» de The Communards, «Freedom» de Wham, «A little respect» de Erasure, «Like a prayer» de Madonna, «Maniac», de Michael Sembello, «I feel love» de Donna Summer, o «It’s a sin» de Pet Shop Boys, son himnos previsibles que no se podían sortear. En los hiatos emocionales descriptivos, la miniserie de Russell T Davies se apoya en la voz melodramática de Kate Bush con su «Running up that hill» y en la bonita «One voice» del, todavía en activo, Barry Manilow. En el epílogo del quinto capítulo, suena «Everybody hurts» de REM anunciando la melancolía a principios de la década de los noventa, cuando la enfermedad había alcanzado el pico más alto de infectados y las campañas de prevención contra el SIDA se repetían como un rezo entre la población a nivel mundial.